evelyn hellenschmidt photography and objects
 
renaissance (buch)
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von einsamkeiten
 

rein-landschaften / evelyn hellenschmidt

En su Teoría de los colores Goethe aventura que estos son el resultado de la lucha entre la luz y las tinieblas. Todo cromatismo es para él efecto de las “acciones y los padecimientos de la luz” al encontrarse con la oscuridad.
En estas fotografías los colores parecen haberse apaciguado por efecto de una tregua. La luz y la noche se tienden aquí una mano de niebla. El cielo y la tierra se unen a través del común elemento acuático.
La niebla es aquí como un telón que está a punto de levantarse. La realidad se encuentra velada por su propia inminencia. Nuestros ojos se acostumbran a la niebla. Adiestrados por ella queremos ver más. La mirada se tensa y tira de nosotros para adentrarnos en lo desconocido. En contacto con la bruma se van formando nuevos órganos de percepción, atentos a lo nunca visto, a la intrínseca novedad de todo aquello que nos rodea. No tenemos aquí la culminación de un deseo, sino más bien la sutil conciencia de una insaciable necesidad de ver.
En ese territorio de realidad ambigua la niebla desdibuja los límites del paisaje y crea una continuidad visual entre los diferentes elementos de las composiciones. La paz lumínica funde los objetos de nuestra mirada. La atmósfera dominada por el vapor de agua incluye las formas en un flujo perceptivo. Los objetos borran sus perfiles. Pero no solo se logra una mayor integración del conjunto. El sfumato en estas fotografías borra los límites entre nuestra percepción y lo que percibimos, como si al poner un velo sobre el objeto percibido nos lo quitásemos de nuestros ojos.
Las fotografías crean una predisposición a aplicar sobre la realidad una mirada visionaria, ansiosa de encuentros con los objetos, de significados, ávida también de encontrarse a sí misma fuera, de una mirada correspondida por las cosas, de una conciencia de hacer de la percepción un flujo, un continuo que une interior y exterior, conciencia y sentidos, ansia y plenitud.
El título es tan ambiguo como las propias imágenes. Rein-Landschaften juega con una doble alusión. Por una parte remite fónicamente a Rhein (Rhin), el río a cuyas riberas pertenecen los lugares retratados. Pero al nombre del río se le ha arrebatado una letra que convierte la palabra en un adjetivo (rein): puro, auténtico… Cambia así el significado de la palabra. Sobre el nombre propio se solapa una cualidad que alude de algún modo al desnudamiento del paisaje.
Nos encontramos ante fotografías de semántica equívoca. La dilogía del título se relaciona con imágenes de significado incierto. El río y su entorno quedan como una huella dentro de composiciones que, precisamente por su incertidumbre, van más allá de la mera representación. Una imagen doble, basada en ese juego de luz oscura que domina toda la serie, convoca lo invisible en el seno de lo visible. Aquí también se funden realidad y ficción, entendida esta como posibilidad de acontecimiento.
Insinuadas por las imágenes vamos descubriendo nuevas relaciones paradójicas. El río es sorprendido aquí en su máxima quietud. La oscuridad corresponde con lo lleno y las partes claras, dominantes en la mayoría de las composiciones, con el vacío. Un lugar que no termina de dejarse ver insinúa otros muchos lugares. El espacio intermedio entre el día y la noche une ayer y mañana y ofrece el instante captado como un tiempo definitivo.
En la sutil intervención del título (Rhein/rein) se encierra también la clave de cierta afición de la autora por transmitir secretos. El propósito no es tanto desvelar lo oculto como hacer presente lo desconocido, compartirlo, expresarlo. Ya la atmósfera misteriosa, presente en todas las fotografías, nos invita a participar de un enigma planteado por la propia realidad.
En las últimas series de Evelyn encontramos el propósito de compartir su obra solo con ciertas personas que hayan podido atravesar un mínimo umbral de intimidad. Hay, en cierto modo, un ejercicio de ocultamiento provocado por algo que podríamos llamar pudor estético. La obra huye de exponerse ante cualquier mirada. Para visualizarlo se exponen sus fotografías dentro de marcos con tapa. Hay que levantar esta para ver lo que esconden, para tener acceso a su visión de la realidad.
El trabajo aquí va en la dirección opuesta a la sobreexposición a la luz. Cubre con un velo la realidad, como si quisiese protegerla frente a una descarada percepción que no tiene en cuenta lo secreto. Dado que la luz dominante impide la posibilidad de un duelo justo, pues se escamotea completamente la parte invisible de la realidad, Evelyn, tanto en su obra como en la forma de compartirla, nos hace partícipes de una sombra primordial y nos la transmite con el delicado celo de quien entrega algo fundamental. Preserva como un tesoro lo que nos ofrece. En un solo gesto oculta y entrega.
El pudor estético del que hemos hablado quizá tenga también que ver con cierto pudor biográfico. Esos secretos que conforman su obra se encuentran arraigados en su propia biografía, vinculada a los territorios fotografiados. Consciente de que en cierto modo cualquier obra de expresión artística pone nuestro corazón al desnudo Evelyn acude a la niebla para mostrarnos unos paisajes que tienen algo de retratos de familia en los que cualquiera se puede reconocer. Son recuerdos de gente que está al otro lado de la cámara, al otro lado de los ojos.
¿Una portería de fútbol junto a unas alambradas que ponen puertas al campo simbolizan una pérdida de la belleza, la obligación de habitar un espacio desencantado? Sí, estas fotografías pasan por la desolación. No parece casual que la figura humana no aparezca.
No son paisajes idílicos de reencuentro con la naturaleza pura, ni huidas. Quizá rein aluda más bien a esa ausencia del hombre que solo está presente indirectamente: en el camino, en el barco, en las siembras y en las vallas. La aparición de estas huellas despierta la incitación a la convivencia con todo aquello que desaparece.
Hay una parte festiva en esta añoranza de algo desconocido. Ayer y mañana, dentro y fuera sellan la paz en nuestros ojos. Es cierto que descubrimos el vértigo de un vacío, la conciencia clara de la vida como un proceso inacabado del que no tenemos en absoluto las claves, pero ese vacío, ese sentido de algo inacabado, de estar continuamente ante lo desconocido, ante lo incomprensible, es precisamente lo que nos permite acceder a la plenitud. El vacío y lo incomprensible son el sentido de nuestra verdadera morada, los instrumentos para ser plenos. Son, como nos dice François Cheng al hablar de la pintura china, la condición necesaria para la plenitud. Porque no se trata solo de que el entorno nos revele nuestra verdadera naturaleza. Es también el hombre quien permite que la propia naturaleza se realice en ese descubrimiento de nosotros mismos que efectuamos en el exterior
Pensamos que la niebla expresa, a través de su representación, algo relacionado con nuestra intimidad. Sentimos que es el símbolo de algo que se encuentra oculto en nuestro interior. Pero, ¿y si fuésemos nosotros quienes expresásemos algo que pertenece más bien a la niebla? ¿Y si fuesen los árboles, los ríos y los barcos quienes se manifestasen a través de nuestra expresión? ¿Y si nuestras lágrimas fuesen el eco, la íntima correspondencia de la lluvia?
Quizá no solo la lluvia sea la imagen de nuestras lágrimas, sino nuestro llanto la metáfora de la lluvia. Quizá nuestra alegría y nuestra mirada sean el reflejo de una realidad semejante fuera de nosotros. En nuestra experiencia, en nuestra conciencia, principalmente estéticas, tiene lugar ese encuentro que las fotografías de Evelyn hacen posible, el encuentro entre lo visible y lo invisible, donde el círculo de la voluntad y el cuadrado de la necesidad se hacen tangentes.

Francisco Carreño Espinosa